
Internacional
EEUU deja de ser Superpotencia Mundial
Se abate ante nuevos liderazgos comerciales
Jaime Mariscal
En la literatura, Miguel de Cervantes cavó la tumba de toda la producción de caballería con su Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.
En el Viejo Continente, la salida de Inglaterra de la Comunidad Europea cavó la tumba del idioma inglés como principal lengua dentro de esa zona. El alemán, francés y español serán las nuevas formas de comunicación. ¿Porqué hablar el mismo idioma de alguien que comercialmente está fuera y está muerto de su territorio?
Donald Trump, el típico norteamericano en decadencia, gobierna los Estados Unidos. Representante del ala más conservadora (¿y extremista?) de la población. Quiere destruir a los bad hombres, particularmente a los latinos, a pesar de que en la actualidad son ya mayoría en amplias comunidades de muchos estados de ese país, como California, Nuevo México, Texas, Illinois, Florida y Nueva York, por citar solo algunos.
Y esas comunidades tienen miedo con el nuevo gobierno, y muchos agricultores de amplias zonas del territorio tienen problemas para levantar las cosechas por la falta de esa mano de obra.
El comercio, particularmente en las zonas fronterizas está colapsado.
Un reportaje de Luis Esteban G. Manrique en CNN y Expansión, afirma por su parte que las guerras comerciales apenas empiezan a gran escala entre Estados Unidos y China y no es de extrañarse que el principal perdedor será… Sí, Estados Unidos.
“Donald Trump aun no ha acusado formalmente a China por manipular el valor del yuan, como dijo que haría en su primer día en la Casa Blanca, ni ha impuesto aranceles de 45% a sus importaciones. En una conversación telefónica con el presidente chino, Xi Jinping, le aseguró que Washington seguiría reconociendo una sola China, retractándose se su promesa electoral de incluir a Taiwan en la agenda bilateral”, dice el análisis de Manrique.
Y Añade:
“Pero dado el carácter impulsivo del presidente, nadie puede descartar una eventual guerra comercial que removería los cimientos del orden que simboliza la Organización Mundial de Comercio (OMC). Según Chad Brown, experto en comercio internacional del Peterson Institute for International Economics, el impuesto a las importaciones que está evaluando la administración, abriría las puertas a represalias comerciales por valor de 385.000 millones de dólares.
“La paradoja es que el potencial destructor de ese orden es su propio creador. Cordell Hull, secretario de Estado de Franklin Roosevelt y uno de los arquitectos del orden internacional de la posguerra, escribió antes de la conferencia de Bretton Woods (1944) que si se pudiesen reducir las barreras arancelarias para promover el comercio, el mundo avanzaría mucho “en la eliminación de la guerra misma”.

Tradicionales carreras en Italia que nos muestra los más recientes modelos de la industria automotriz. En 2015 Italia exportó $446 Miles de millones, lo que es el 7º exportador más grande en el mundo.
Los antecedentes de que no le va bien a Estados Unidos los tenemos en 1943 cuando Roosevelt diseñó un plan para acabar con el ruinoso proteccionismo de los años treinta. Ello luego de que en 1930 el Congreso aprobara la ley Smoot-Hawley, que erigió barreras insuperables para más de 20.000 importaciones.
El comercio global colapsó: entre 1929 y 1933 cayó un 70%, lo que provocó un desplome de la producción industrial alemana del 40%, colocando a los nazis a las puertas del poder. En 1933 el comercio representaba el 10% del PIB global, frente al 30% de 1914. Recién en los años setenta el comercio mundial recuperó ese nivel. Hoy es el 55%, frente al 60% de 2008.
Pero EEUU aprendió la lección, auspiciando la creación del FMI, del Banco Mundial, el GATT (antecesor de la OMC) y el organismo antecesor de la OCDE que diseñó y ejecutó el plan Marshall. La ONU, la OTAN y el tratado de Roma de 1957 fueron los corolarios lógicos de ese proceso. Quienes estuvieron ausentes pagaron un precio alto: la Unión Soviética se hundió en 1991 y China reconoció su error uniéndose a la OMC en 2001.

No es extraño. El ingreso medio mundial per capita aumentó un 460% entre 1950 y 2015 mientras que la población mundial en extrema pobreza cayó de un 72% en 1950 al 10% en 2015. Hoy un 56% de la población global vive en democracias, frente al 31% de 1950.
Trump cree que el déficit comercial con China (367.000 millones de dólares en 2015) muestra el “mayor robo de empleo de la historia”. Hoy solo el 19% de los votantes cree que el comercio exterior genera empleo. En California Trump prometió obligar a Apple a fabricar sus iPhones en casa y en Monessen (Pensilvania), el corazón de la industria del acero, pronunció su discurso más proteccionista.

El neoaislacionismo de EEUU tiene una explicación paradójica: la escasa globalización de su economía. En relación al volumen de flujos transfronterizos de bienes, servicios y capital, el país figura en el puesto 100 entre 140 países, según el DHL Global Connectedness Index 2016. En 2015 la “superpotencia” importó bienes y servicios por valor del 15% de su PIB. Solo cinco países importaron menos en proporción: Sudán, Argentina, Nigeria, Brasil e Irán. El déficit comercial equivale a menos del 3% del PIB.
Según The Economist, la segunda ‘desglobalización’ se venía incubando desde hace mucho. Entre 1960 y 2015 el comercio mundial creció a una tasa del 6,6% anual, frente al 3,5% del PIB global. Entre 1980 y 2011 (8,2%) duplicó la del PIB. Pero entre 2008 y 2015 el ritmo ya bajó al 3,4%. Por su parte, los flujos de capital suponen hoy el 2% del PIB global, frente al 16% de 2007.

Los desequilibrios comerciales son un problema añadido. En 1980 China representaba el 0,89% de las exportaciones globales. En 2011 esa cifra era del 10% y en 2015 del 14%. En cambio, las de EEUU han caído del 12% al 8% desde 1991. En 2001 las exportaciones chinas sumaban 266.000 millones de dólares. Hoy son 2,3 billones. China exporta por valor de cuatro dólares a EEUU por cada dólar que importa de ese país, lo que le genera un superávit comercial del 3% del PIB.
El problema es que Trump parece creer que el déficit comercial refleja quién gana y quién pierde. Pero los TLC solo fijan las reglas de juego, no los resultados. Otros factores que inciden en la ecuación son las tasas de ahorro e inversión, la competitividad y los tipos de cambio.
Según el Peterson Institute, una guerra comercial entre los dos gigantes duplicaría la tasa de desempleo en EEUU para 2020. No es extraño. El comercio bilateral alcanzó los 659.000 millones de dólares en 2015. Un 20% de las exportaciones chinas en 2016 se dirigieron a EEUU. Apple vende más iPhones en China que en EEUU. Unos 150.000 empleos de Boeing dependen del mercado chino. Sus dos grandes bancos estatales -el China Development Bank y el Export-Import Bank of China- conceden más créditos anualmente que las seis mayores entidades financieras multilaterales juntas.
China tiene tres billones de dólares en reservas de divisas, buena parte de ellas en bonos del Tesoro de EEUU. Si China reajustara su composición monetaria, las turbulencias en los mercados de capitales serían inmediatas. Sus represalias comerciales podrían ser también devastadoras. Según el Deutsche Bank, China absorbe hoy el 47% de las exportaciones de EEUU de fruta y granos, el 11,8% de las de aviones y el 23,3% de productos de madera.
Daiwa Capital Markets estima que una guerra comercial reduciría un 87% las exportaciones chinas a EEUU, haciendo caer un 4,8% el PIB. Pero Eswar Prasad, exjefe de la división china del FMI, cree que, a largo plazo, “China tiene todas las de ganar”.
Los pilares de la economía china son mercantilistas: subsidios a las empresas estatales, controles de capitales, espionaje industrial, dumping… Según la OMC, un 16,4% de las importaciones chinas -‘line items’- están sujetos a un arancel de más del 15%. Apenas un 6,4% son ‘duty-free’. En EEUU esas cifras son, respectivamente, del 2,7% y del 45,2%. Sin embargo, China ha dejado de depreciar al yuan. Desde 2010 ha gastado 664.000 millones de dólares para defender su tipo de cambio.
Apple, IBM, Ford, H&M, Lenovo y otras multinacionales articulan cadenas de suministro globales que representan el 50% del comercio mundial y el 30% de la capitalización de las bolsas occidentales, por lo que serían las primeras víctimas de la guerra. De hecho, ya han perdido el 25% de sus beneficios en el último lustro.
El iPhone de Apple se diseña en California y se ensambla en China y Taiwan, pero sus componentes provienen de 200 proveedores de más de 30 países. El Boeing 787 Dreamliner, a su vez, integra 2,3 millones de componentes, un 30% de los cuales provienen de Francia, Reino Unido, Japón, Alemania o Corea del Sur, entre otros.
Muchos países exportan a China componentes que luego son integrados en productos que se exportan a EEUU. Según diversas estimaciones, el 60% del margen de beneficios de un iPhone termina en manos de Apple. Si se tiene en cuenta ese factor, en 2010 EEUU tuvo un superávit comercial de valor agregado de 32.000 millones de dólares con China y no un déficit nominal de 133.00 millones.

Forzar a las multinacionales a trasladar sus fábricas a EEUU y a usar más componentes ‘Made in USA’ haría subir los precios de todo tipo de bienes, haciéndolos menos competitivos en los mercados mundiales. Difícilmente se puede hacer a “América más grande” haciendo menos eficientes y competitivas a sus multinacionales: si tuvieran que enviar a casa un 25% de sus puestos de trabajo, verían reducirse sus beneficios un 12%, en estimaciones del Economist.
Y las medidas punitivas no se harían esperar. Un editorial de Global Times, que refleja las opiniones del Partido Comunista Chino (PCCh), advierte que los aviones de Boeing podría ser reemplazados por los de Airbus, los iPhones por los de Samsung y la soja y el maíz de EEUU por los de Argentina y Brasil.
Nadie cree, sin embargo, que el statu quo sea sostenible. Las elites globales -el proverbial ‘hombre de Davos’ de Samuel Hungtinton- olvidaron que la globalización exigía contrapartidas para los perdedores. Muchos hicieron lo contrario, aprovechando la libertad del movimiento de capitales para evadir impuestos y deslocalizar industrias a países con mínimos estándares medioambientales y laborales.
Maurice Obstfeld, economista-jefe del FMI, ha planteado una larga lista de propuestas a esos retos, incluyendo programas de reentrenamiento de desempleados e inversiones en infraestructuras. Ante el Senado, el propio Ross admitió que si el proteccionismo no funcionó en los años treinta, “tampoco lo haría ahora”.
En The art of the deal, su libro más conocido, Trump sostiene que lo peor que se puede hacer en una negociación es mostrarse ansioso por llegar a un acuerdo: ello hace que la otra parte “huela la sangre”. Y en ese pulso, Trump aparece en desventaja frente a Xi, que nunca improvisa nada. El Global Times ha advertido a Trump de que si sigue así, “más vale que ambas partes se preparen para un enfrentamiento militar”. En World Order, su último libro, Henry Kissinger advierte, a su vez, que históricamente, de 15 casos de interacción entre una potencia emergente y una establecida, 10 terminaron en guerra.
Y con todos estos antecedentes, podemos deducir que el principal perdedor de esta batalla son los Estados Unidos que no han sabido enfrentarse a este mundo cada vez más globalizado y menos aislacionista y que las pérdidas por construir muros o el uso de un lenguaje belicoso, son más devastadores que construir puentes.
China ya pagó su precio por muchos años su aislamiento. Su muralla se ha convertido hoy en día en su principal atractivo turístico en todo el mundo.
Trump está cavando la tumba de EEUU y lo paradójico de todo ello, es que hasta ahora, no se ha dado cuenta.
Sus políticas proteccionistas y de cacería de inmigrantes están acelerando para conducir al precipicio a ese país.
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